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Un docente de la ULPGC analiza en The Conversation la pervivencia de los esquemas arquitectónicos romanos como símbolos de poder
Israel Campos Méndez repasa ejemplos históricos en los que la estética de Roma se ha asociado a intereses de propaganda política
El profesor titular de Historia Antigua de la ULPGC, Israel Campos Méndez, publica en la plataforma de divulgación The Conversation el artículo “Los planes arquitectónicos de Donald Trump demuestran que la antigua Roma sigue estando de moda”, en el que hace un repaso de cómo arquitectura y poder político se entrelazaban en la civilización romana, abriendo una senda, también estética, que seguirían otros regímenes a lo largo de la Historia, hasta llegar a la actualidad.
Campos Méndez se remonta hasta el año 54 antes de la era cristiana para recordar que Julio César, en guerra contra los galos, “consiguió que se autorizara el inicio de la muy necesaria ampliación del foro romano, por medio de la construcción de lo que acabaría llamándose el Foro Julio”. Esto dotaba al foro, centro político de Roma, de un nuevo espacio de expansión, con un nuevo templo, espacio para las reuniones públicas, tabernas y mercados. Al margen de la funcionalidad urbana, el Foro Julio suponía “un ejercicio de demostración de poder iniciado cuando el pulso contra Pompeyo el Grande, su principal rival político, y el sector conservador del senado romano empezaba a barruntar un futuro enfrentamiento militar”.
A partir de César, los gobernantes romanos entendieron que los edificios resolvían necesidades públicas pero también “funcionaban como escaparate de sus propios logros personales o el ejercicio personalista del poder”, y cita como ejemplo la Domus Aurea de Nerón.
Entre los siglos XVII y XIX, los grandes palacios, teatros o iglesias “reproducían los esquemas constructivos del clasicismo”, como el monumento nacional de Víctor Manuel II en Roma, a los pies del Capitolio, o el uso que hizo el Imperio Napoleónico de llos arcos del triunfo romanos como forma de celebración de las victorias militares. Ya en el siglo XX, las dictaduras fascistas “miraron también a la Antigüedad para generar los instrumentos visuales con los que transmitir la grandeza y el triunfalismo”, vinculando la grandeza del paso clásico con el poder y la estabilidad de esos regímenes.
En la actualidad, los planes del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, de levantar un arco del triunfo en Washington con motivo del 250º aniversario de la independencia, trae de nuevo a colación el uso de los referentes clásicos en la arquitectura como símbolos de poder, a pesar de que el país norteamericano no tiene un pasado vinculado con la huella del Imperio romano.
Si bien muchos monumentos en Estados Unidos se vieron influidos en su momento por la antigüedad clásica (el Capitolio, el obelisco del Monumento a Washington, o el Lincoln Memorial), en el momento actual llama la atención esta vuelta al clasicismo, que el autor vincula con el interés de la Administración Trump por “romper con cualquier “modernidad” y buscar en los “modelos tradicionales” la recuperación de una época dorada perdida”, intención en la que se enmarcaría también la proyectada nueva sala de baile de la Casa Blanca.
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