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Un docente de la ULPGC explica en The Conversation que la esclerótica no es homogénea en la especie humana
Juan Olvido Perea García cuestiona el rescate de la hipótesis del ojo colaborativo
Juan Olvido Perea García, profesor distinguido de la ULPGC, dentro del Programa Beatriz Galindo, especializado en Biología y Psicología Evolutiva, ha publicado en la plataforma de divulgación The Conversation el artículo “El blanco de los ojos no es homogéneo en el ser humano, según un estudio”, en el que desgrana la investigación que ha llevado a cabo sobre las diferencias en la esclerótica y que le lleva a cuestionar la hipótesis del ojo colaborativo.
Esta hipótesis fue propuesta por el psicólogo Michael Tomasello, quien expuso que “los humanos desarrollaron una esclerótica clara, el “blanco” de los ojos, para facilitar la comunicación a través del seguimiento de la mirada”. Esta propuesta, a su vez, se basa en la clasificación en “visibles” y “poco visibles” de los ojos, hecha por los investigadores Hiromi Kobayashi y Shiro Kohshima, según la cual el alto contraste de los ojos humanos “haría más sencillo seguir la mirada de otras personas”.
El investigador señala que “los humanos tenemos la esclerótica relativamente desprovista de melanina, lo que crea mucho contraste con el iris. Según la hipótesis del ojo colaborativo, ese contraste evolucionó de forma única en el ser humano para facilitar la cooperación, la coordinación social, el aprendizaje y la comunicación”.
No obstante, sus estudios, basados en mediciones digitales de fotografías, muestran que “la distinción tajante entre los ojos visibles y poco visibles postulada por Kobayashi y Kohshima es inadecuada. La pigmentación de la esclerótica humana es bastante clara, pero no la más clara. Es una más en el continuo de más oscuro a más claro que representan los primates”.
En la base de ese cuestionamiento está el hecho de que “los estudios sobre la evolución y funciones del ojo han trabajado con una muestra limitada de poblaciones humanas, principalmente de origen eurasiático urbano, exagerando la aparente brecha entre humanos y otros primates”, lo que se traduce en conclusiones sesgadas.
Por tanto, el autor incide en que “la idea de que la esclerótica uniformemente clara es un rasgo característico de los humanos en su conjunto ignora la variabilidad documentada en poblaciones indígenas o rurales, sobre todo en zonas ecuatoriales”. La coloración de la esclerótica es diversa y sin embargo, “no hay estudios que hayan cuantificado esta diversidad, y en los estudios sobre la evolución y función de la esclerótica se asume que una apariencia homogénea y desprovista de pigmento es representativa”.
El autor concluye que “la falta de inclusión de poblaciones de individuos con más pigmento en la investigación ha construido modelos inexactos de la biología humana. (…) En muchas disciplinas, los estudios han tomado muestras limitadas que no representan la diversidad global, generando modelos incorrectos de la fisiología y evolución humana”, y pone como ejemplo de las consecuencias la mala atención que reciben las mujeres en casos de infarto porque su sintomatología difiere de la masculina, y sin embargo, ésta es la que se ha tomado como canon.
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