Las Instituciones Religiosas Femeninas.
Mª Isabel del Val Valdivieso.
Los dos caminos que se abren al cristiano en la Edad Media cuando se
plantea su modo de vida durante la edad adulta son matrimonio y monacato. Ambos
tienen ventajas y perjucios, pero ninguno es fruto solo de la decisión personal
puesto que la presión del grupo familiar es determinante. En la segunda vía
trata tanto de las instituciones religiosas en sentido estricto como de otras
formas de vida religiosa que están a uno u otro lado del claustro. Lo primero
que le llama la atención cuando observa la bibliografía al uso sobre la
institución monástica es que, en general, parece que era un fenómeno casi
privativo de varones, en el que las mujeres solo participan de forma marginal.
A tenor de la normativa eclesiástica quizás era intención de esa jerarquía puesto
que las palabras de Pablo “la mujer que escuche la enseñanza, quieta y con
docilidad. A la mujer no le consiento enseñar ni imponerse a los hombres, le
corresponde estar quieta porque Dios formó primero a Adán. Además, a Adán no le
engañaron, fue la mujer quien se dejó engañar y cometió el pecado, pero llegará
a salvarse por la maternidad, con tal de que persevere con fe, amor y una vida
santa y modesta” (Pr. Carta Timoteo, 2:11:15). Por tanto el principal papel de
la mujer debía ser el de madre. Pero la realidad no es esa, las mujeres
participan también en la vida monástica que sirvió a muchas para hacer oír su
voz y su personalidad. Aunque lo
hicieron de forma diferente a los varones y casi siempre bajo control de éstos.
Para averiguar la participación de la mujer en el proceso histórico de
una sociedad, se hace preciso utilizar una perspectiva adecuada, que permita
observar a varones y mujeres. Y para esto es adecuada la metodología del género
(SCOTT, J.W: “El género: una categoría útil para el análisis histórico”, en Historia
y género. Las mujeres en la Europa moderna y contemporánea; J. S. Amelang y
M. Nash (eds), Valencia, ed. Alfons el Magnànim, 1990, 23-56; G. GÓMEZ- FERRER
MORANT (ed), Las relaciones de género, Madrid, Marcial Pons, 1995; NAROTZKY,
S. Mujer, mujeres género. Una aproximación crítica al estudio de las mujeres
en las ciencias sociales, Madrid, CSIC, 1995). Las instituciones religiosas
femeninas en el marco de la cristiandad occidental, el empleo de esta
metodología tiene como primera consecuencia poner de manifiesto el activo papel
de las mujeres en la historia del monacato. Pero es necesario enmarcar esta
parcela del pasado de las mujeres en su contexto general. En la sociedad
patriarcal occidental, las mujeres vienen definidas fundamentalmente por su
papel en la reproducción, no solo biológica de la especie, sino tb de la
sociedad en su conjunto. Esto explica en parte su estrecha relación con el
cuerpo, su especial vivencia místico-espiritual, que les lleva en ocasiones a
somatizar la experiencia religiosa, provocando la preocupación de los varones,
que no acaban de entender las peculiaridades femeninas. No hay que perder de
vista que de alguna forma las mujeres se les considera como garantes del orden
social recto, desde el momento en que se les da la primacía en el ámbito de lo
privado. Para que esto sea así, la sociedad impone ciertas exigencias que
suponen su sometimiento al control masculino, puesto que la misión de los
varones es la de garantizar que las mujeres cumplan con el papel que se les ha
asignado. El ámbito en que ese control tiene lugar es la familia, donde se
decide entre otras cosas el destino de las mujeres una vez superada la
infancia. En unos casos será el matrimonio y en otros el claustro.
Uno de los principales problemas que toda familia tiene que afrontar es
el de la transmisión hereditaria de los bienes patrimoniales. Es algo que
habitualmente plantea problemas que intentan solucionarse mediante la adopción
de diferentes estrategias hereditarias que apuntan hacia la institución del
heredero único. En estos casos el resto de los hijos reciben su dote y pueden
optar entre dos vías: permanecer solteros habitualmente, en la casa del hermano
heredero, o buscar fortuna. En el segundo caso, las opciones que se ofrecen son
múltiples y más amplias para el varón que para la mujer. Pero siempre hay dos a
las que uno y otra pueden acceder, el matrimonio y el monasterio. En ambos
casos es necesario disponer de recursos económicos que normalmente vienen
garantizados por la dote.
Hasta el momento de abandonar el hogar paterno, la mujer ha sido
instruída por su madre en el hogar. Hasta los 3 ó 5 años, niños y niñas
permanecen juntos, llegados a esa edad son separados siendo distinto su ritmo
de formación y maduración social. Por lo que se refiere a las niñas,
permanecerán en el cerrado ámbito familiar femenino, la cámara o habitaciones
de las mujeres que en el caso de las clases inferiores no es otro que la
cocina. Allí aprenden a un ritmo más rápido que los niños, aquello que les será
necesario para su vida adulta. En las clases superiores leen, cantan, declaman,
bordan; en las inferiores practican desde muy pequeñas las tareas del hogar y
el huerto. En todos los casos tejen e hilan, dos actividades domésticas de toda
la Edad Media, y a pesar del desarrollo de la industria textil, seguirán siendo
fundamentalmente femeninas; lo que cambia de una clase a otra es que en unos
casos constituye un entretenimiento del ocio mientras en otros es una necesidad
económica de pura subsistencia. Completada su formación en el ala femenina del
hogar, la joven se casará si está destinada a ello. En caso contrario su vida
transcurrirá en la casa paterna bajo autoridad del cabeza de familia, padre o
hermano. Pero frecuentemente por propia voluntad o imposición familiar, si no
se casa ingresará en un convento. Esto puede hacerlo a edad temprana pues la
Iglesia considera que a los doce o trece años las mujeres pueden casarse o
entrar en religión.
Se ha dicho que el reparto de espacios entre varón y mujer significa que
esta se desenvuelve en el ámbito privado, mientras el varón se reserva el
público. Pero las cosas no son tan sencillas, porque como señala la
antropología el elemento social más significativo es la familia, el reparto de
poder entre ambos se realiza en el marco privado, en el hogar donde el varón es
el que tiene el poder en realidad. Aunque esta dicotomía privado/público no
exista tan exactamente, puede servir para entender la existencia y evolución
del monacato femenino, pues el monasterio o convento es un espacio cerrado que
materializa de alguna forma ese ambito privado propio de las mujeres. El
claustro podría ser considerado una especie de extensión del espacio femenino
del hogar paterno sobre el que también intentan hacer valer su poder los
varones, primero de la familia patriarcal y luego de la familia monástica o
eclesiástica. Pero como las cosas no son tan sencillas a veces las mujeres
intentas desligarse del yugo de monjes y clérigos. No triunfan en todo su
empeño, el fortalecimiento de las estructuras eclesiásticas influyó
negativamente en el monacato femenino que sufre un claro retroceso en el XI
coincidiendo con la llamada reforma gregoriana. Más tarde, cuando en el XII
vuelve a renacer, la Iglesia le había puesto ya unos límites muy estrechos.
Para entender esto es preciso constatar la desigualdad de varones y
mujeres ante el hecho religioso, y la importancia que se da a la virginidad
femenina: a partir del IV el modelo predominante de monja como la conciben teólogos
y moralistas (Tertuliano, Jerónimo o Leandro de Sevilla) es el de virgen
recluida en un espacio cerrado, ed apartada de la vida activa. Por otra parte,
la vida religiosa femenina se desarrolla con mayores dificultades que la
masculina por dos razones: primero porque el destino de la mujer es estar bajo
la autoridad del varón de la familia, lo que dificulta su emancipación en el
claustro, y explica que siempre que es posible los monasterios femeninos estén
bajo vigilancia de la rama masculina de la orden. Y segundo porque la sociedad
y en especial la Iglesia, recelan de la espiritualidad femenina.
EL MONACATO FEMENINO: Con todo, durante los siglos altomedievales la
fundación de monasterios para mujeres es algo habitual en todo el occidente
cristiano. Las damas nobles siguiendo el ejemplo de los varones de la familia
fundan monasterios para mujeres. Se trata de centros urbanos en principio (ella
dice rurales) y nobiliarios que se desarrollan (ampliandose al campo) en los
siglos VI Y VIII. Pero en el VII han perdido la posibilidad de controlar ese
modo de vida, son varones quienes escriben al respecto y parecen organizar la
vida religiosa. Ejemplo san Fructuoso que en el VII organiza a las monjas a
partir de modelo masculino instituido por el. Al acercarse al monasterio
masculino las mujeres forzaron al fundador a tomarlas en consideración, pero
este al ocuparse de ellas las ve como un peligro, en ningún caso como seres
débiles o inactivos, y por eso establece que deben vivir separadas de los
monjes y sometidas al abad.
Mención especial merecen los monasterios dúplices, entre los que no
parecen ser excepcionales los que la abadesa se alza con la máxima autoridad,
pese al control de los clérigos sobre ellas. Destacan aquí el francés de
Fontevrault fundado en los albores del XI por un predicador itinerante (Roberto
de Arbrissel) con cuatro secciones: monja, monjes, prostitutas arrepentidas y
leprosos. En este caso, siguiendo un modelo predominante en los dúplices del
VII, el fundador entrega la máxima autoridad a la abadesa; ahora bien, mientras
las mujeres tenían como ideal de vida la oración, adoptando un papel pasivo,
los monjes se ocupaban de las necesidades materiales de las comunidades y de la
cura espiritual de las monjas. Aunque aparentemente el poder lo tiene una
mujer, las monjas no rompen con su papel social pues quedan relegadas del
ámbito de lo público y no se les permite intervenir en asuntos eclesiásticos.
La familia benedictina acoge también centros femeninos aunque a veces
como sucede en Marcigny fundado por Hugo de Cluny lo haga para hacerse cargo de
las mujeres de los varones que entran en su orden. Estos monasterios no siempre
aplicaban la regla estrictamente. Sirva como ejemplo San Juan de las Abadesas,
fundado en 885 y documentado como benedictino en 938, en el que la regla se
aplica laxamente. Las monjas conservan y disponen libremente de su patrimonio
hasta fines del XI o princ XII, momento en que la abadesa toma más relieve. En
las clarisas de Valladolid las monjas también heredan y disponen de su
propiedad patrimonial, así lo dispone Sancho IV en 1290 cuando confirma cartas
suyas y de su padre. En cuanto a monjas concretas, quizás el ideal benedictino
lo ejemplifique Hildegarda von Bingen que murió en 1179 iniciándose su proceso
de beatificación en 1233. Esta mujer, ofrecida a un monasterio renano
(Disibodenberg) antes de cumplir ocho años, manifestó desde niña una fuerte
inclinación a la vida monástica y supo combinar adecuadamente su afán de saber
y sus amplios conocimientos con una intensa vida de piedad religiosa y una
notable actividad gestora en el monasterio, y llevaba el huerto con las plantas
medicinales con las que curaba y que están publicadas como otras obras suyas.
En definitiva, hasta el siglo XII más o menos se desarrolla un monacato variado
femenino que permitirá el desarrollo espiritual e intelectual de algunas
mujeres. Pero ahora, como más adelante cuando la dote sea condición necesaria
de entrada en el claustro, solo las que proceden de familias con recursos pueden
participar de ese modo de vida, las altas jerarquías monásticas están
monopolizadas por mujeres de alta alcurnia.
CAMBIOS EN XIII.
Las cosas cambian a partir de la reforma gregoriana de fines del XI. La
jerarquía eclesiástica dispone de nuevos medios para controlar la rama femenina
de la institución monástica que ve frenado su ritmo de crecimiento. Las
familias nobles se desinteresan por este tipo de fundaciones por el afán de
controlar su patrimonio manifestado por la jerarquía eclesiástica. Además, los
monasterios femeninos pierden la función misional que en algunos casos habían
tenido ya que se impide el acceso de mujeres a las funciones clericales y se
intenta imponer la clausura más fuerte y perjudica a los monasterios. La
tendencia de las monjas a salir fuera del claustro, repetidamente amonestada
por los eclesiásticos, nos aclara por dónde iban los intereses de las mujeres,
mientras que la estricta ordenanza de Bonifacio VIII pone de relieve que el
deseo de la Iglesia era apartarlas por doble motivo: evitar la perturbación que
su actitud provoca en el sector clerical, y preservarlas de peligros externos.
Pero esto cercena el poder de las abadesas que se ven obligadas a recurrir a
varones que las representen.
La virginidad como valor de las mujeres crece en el XIII, esto se ve en
las nuevas órdenes en las que tres son los aspectos principales, el ascetismo,
la meditación en la pasión de Cristo y la defensa de la virginidad. Pese a
esto, no hemos de olvidar que las no vírgenes también se abrieron camino como
la viuda Brígida de Suecia a fines de la Edad Media que funda uno nuevo, o que
parte de las santas de la época sean laicas, salvo Catalina de Siena, viudas o
casadas con destacada personalidad mística, que manifiestan dones de clarividencia,
profecía, visiones y revelaciones divinas.
Puesto que en la Plena Edad Media la visión de la mujer ya no es siempre
la de Magdalena sino la de María Vírgen, su consideración empieza a ser más
benévola. Además, la reforma gregoriana marca un cambio en la espiritualidad
cristiana que se manifiesta en una mayor participación de los laicos. Y eso
afecta a las mujeres que manifiestan gran entusiasmo por la penitencia y el
arrepentimiento, se positiviza el modelo de Magdalena dejando participar a
viudas u casadas que rompen los límites del monacato tradicional. En su afán
por controlar el impulso de las mujeres, el IV Concilio de Letrán del 1215
prohibe la fundación de nuevas órdenes femeninas. Lo que se va a desarrollar
son beaterios, beguinajes y ramas femeninas de órdenes masculinas ya
existentes, pese a todo Bonifacio VIII en 1298 tiene que recordarles sus
limitaciones en la vida de la Iglesia y que deben permanecer enclaustradas sin
poder abandonar el monasterio. Desde mediados del XIII, benedictinos y premostratenses,
se niegan a responsabilizarse de las monjas a las que consideran una carga
económica y un engorro al tener que atender sus necesidades espirituales.
Incluso los franciscanos se resisten a atender a franciscanas y clarisas. A
partir del XIII los mendicantes atraen numerosas vocaciones femeninas y la
devoción de los fieles, por tanto se multiplican franciscanas, dominicas y
clarisas, controlados tambien por varones. El control se ejerce a través de
obispos y delegados obispales, confesores, visitadores.
También las ordenes militares tienen su rama femenina, aunque resulte
raro, y sucede en la orden de Santiago de la que hay conventos de comendadoras
en diversas ciudades españolas. A pesar de que el ideal santiaguista fue la
lucha contra el infiel, las mujeres formaron parte de esta orden. Uno de estos
conventos, el de Sancto Spiritu de Salamanca fundado en 1268 e integrado por
nobles, tuvo a su cargo un amplio dominio que supieron mantener y someter a sus
vasallos desempeñando bien su oficio de señoras. Pero estas mujres, como las
otras de su clase, no pueden evitar que retrocedan sus posibiliades de accion
en los siglos XIV y XV, su control por la rama masculina se hizo más estricto y
se les impone la clausura y la vida y propiedad en común.
EMPAREDADAS Y SERORAS
Junto a las comunidades regulares hay otras formas de vida que responden
a vocaciones de más duro ascetismo, las que optan por la reclusión en pequeñas
habitaciones adosadas a los muros de la iglesia o ciudad. Siempre con autorización
episcopal, mueren para el mundo vistiendo de luto, etc. Pero a partir de su
reclusión son inviolables y no controlables, a veces muy numerosas como en
Perugia que a princ XIV eran 35. Estas emparedadas se relacionan con el
exterior, disponen de guias que las orientan, ellas atienden a otros, etc. En
ocasiones toman la palabra, que como mujeres les estaba prohibido, aconsejando
a los que llegaban hasta ellas, fueran hombres o mujeres.
En otras zonas, caso del País Vasco, algunas mujeres movidas por un
impulso religioso pasaron a establecerse en las iglesias. Pero lejos de vivir
enclaustradas dedicaron su vida a cuidar el templo, recaban limosnas para su
mantenimiento y el de la iglesia, participan activamente en ciertos actos como
entierros y procesiones como guias de feligreses st mujeres. Son las seroras.
Era complicado serlo, debia tener piedad reconocida, edad avanzada, solteras,
debía mediar el nombramiento del obispo aunque la eligen el cura y los fieles o
la designa el patrono de la parroquia. Ante ella la Iglesia reacciona con
recelo y hace lo posible para que desaparezca, con escaso éxito dado el
arraigo, y no es hasta 1620 cuando lo logran justificandolo porque en muchas
iglesias y ermitas las mugeres con titulo de freyras y seroras sirven de
sacristanes lo que es gran indecencia porque andan entre los sacerdotes y se
llegan a los altares a enceder candelas y menoscaban los ornamentos religiosos
y vasos sagrados, además de otros inconvenientes en materia de honestidad.
Las mujeres tienen otros medios de demostrar su piedad, pero va quedando
claro que a veces tienen que salirse de los límites, ser liminares, colocarse
al márgen de la espiritualidad oficial. Ese el caso de las beguinas que nacen
en Lieja en XII. Son solteras o viudas, solas, que ellas mismas o en comunidad
llevan una vida de piedad en la que se alterna la oración, la caridad y el
trabajo manual. Aunque se comprometen a ser castas, no pronuncian votos
perpetuos, pueden volver a su vida anterior si quieren. Esto las diferencia de
las monjas e incluso de las terceras de las ordenes mendicantes que solo
escapaban si entraban en un monasterio. La iglesia tiene recelo de ellas porque
no dependen de hombres ni las puede controlar, viven solas, lo que es ocasión
de pecado y desviación, rompen con el papel femenino pues actuan con
personalidad propia, y lo peor es que rompen el silencio y toman la palabra lo
que las hace peligrosas. Los obispos de centroeuropa favorecen la construccion
de beguinajes cerrados, que cada una viva en una casa, y participe con el resto
en oraciones y actos comunitarios, pero el círculo se va cerrando. Ya en C.
Letrán 1215 Roma prohibió la fundación de nuevas órdenes, lo que pone trabas a
toda iniciativa femenina. Cien años post C. Vienne en 1311 matiza su decisión
permitiendo la existencia de grupos de mujeres que viviendo juntas lleven una
vida de penitencia. Pero las graves condenas llegan entre 1312 y 27 porque se
insiste en que se sometan a la iglesia lo que provoca su desaparición, se
trataba de vivir un cristianismo libre y comprometido pero que se salía de los
cauces oficiales, y solo queda que entren entre los hermanos de Libre Espíruto
o desaparezcan. No obstante, el impulso espiritual continúa en la baja edad
media y consigue imponerse otra forma de vida religiosa femenina, los
beaterios. Son mujeres piadosas que se reúnen en casa de una de ellas con el
fin de llevar una vida de piedad, devoción y caridad, a veces con atención de
enfermos. Muchas son vírgenes, viven conforme a una regla a veces y suele ser
la de S Agustín, pueden tener hábito, e incluso pedir una dote de entrada,
aunque a veces trabajan. En ocasiones terminan en una orden mendicante.
LAS MUJERES EN LAS INSTITUCIONES
RELIGIOSAS:
Pese a las dificultades a las que el monacato
femenino tuvo que hacer frente, la vida religiosa se desarrolla con cierta
libertad y ofrece el único modo de mantener el control sobre su vida. Las
posibilidades de realización personal de la vida religiosa eran mayores, por
eso aunque abunden analfabetas entre beatas y monjas de clases inferiores, las
hay que sobresalen también. Esto explica que entre las religiosas las hay que
toman la palabra, en lengua vulgar, la única que conocen por estar excluidas de
la práctica de los saberes hegemónicos, y escriben siguiendo los modelos que
ofrece la literatura cortés, lo que también es un preocupación para la
jerarquía eclesiástica porque se ocupan del amor en lugar destacado. En
realidad lo que hacen es expresar en un lenguaje habitual sus experiencias
místicas; hasta tal punto es importante entender esto que se diferencian los
escritos de Matilde Magdeburgo que escribe en vulgar de Matilde de Hackeborn
que lo hace en latín y está más cerca del lenguaje masculino, mas impersonal e
influeciada por fórmulas litúrgicas que la otra que es más personal y
experimental. Algunas escriben para las monjas del convento, otras toman la
palabra predicando la penitencia como Margarita Cortona en 1297, Clara de
Rimini en 1326+ que recorría las calles con cuerda al cuello confesando sus pecados.
Pero cuando la actividad se hace pública despierta la resistencia del
clero que considera un peligro el discurso sobre Dios realizado por mujeres.
Surgen así responsables de movimientos heréticos como Guillerma de Milán +1281,
condenada tras su muerte en 1300, Margarita Porete acusada de herejía por el
obispo de Cambrai y quemada en la plaza de la Grêve de París en 1310 pese a que
su libro fue aprobado por 3 clérigos y uno maestro en teología de la Unv,
París. La Iglesia recela de las mujeres, en especial de las que se atreven a
manifestar sus vivencias y pensamientos, y por eso el convento es un refugio
más libre para éstas.
Por tanto hay variadas situaciones en la vida religiosa practicada por
mujeres medievales, y al destino que se les asigna, unas lo consideran como
salida del control masculino y otras se vuelven contra él. Lo que es cierto es
que a estas mujeres medievales les es difícil salir del papel que les han
asignado y burlar las directrives de los varones que tienen autoridad sobre ellas.